martes, 5 de julio de 2011

Lo que piensas y hablas, tu forma de comer y lo que comes, muestra quién eres.


 Cada uno muestra consciente o inconscientemente quién es.
Al verdadero iluminado su prójimo no le es extraño, aun cuando lo vea por primera vez. El verdadero iluminado mira a su semejante en la profundidad de su consciencia. El reconoce lo que allí hay de claridad, pero también lo oscuro que puede perturbar al hombre.
El habla de un hombre muestra quién es; sus gestos, su comportamiento, su vestimenta y su vivienda muestran quién es. De la misma manera la constitución de su cuerpo es expresión de su alma.
El iluminado mira el interior de todo, en cada palabra, gesto y ademán de su prójimo. La mímica revela asimismo el estado interno de un hombre.
El cuerpo es la expresión del alma. El alma y el cuerpo a su vez impregnan el ambiente próximo a ellos. Tal como es el exterior del hombre, cómo se comporta, cómo y con qué se alimenta, eso muestra quién y qué es.
Tu peinado y vestimenta también muestran quién eres. El desarrollo espiritual también se expresa en la vestimenta del hombre y su ambiente más próximo, en el hogar, que también refleja su estado interno.
En este escrito quiero destacar principalmente los rasgos y cualidades del carácter de los hombres, que también se manifiestan en la alimentación, ya que el hombre elige su alimento según su orientación espiritual o material. Por eso, lo que come y cómo come, muestra quién es.
Un hombre orientado espiritualmente nunca se mortificará. Para llegar a la ética y moral supremas ordenará primeramente todos sus pensamientos y verá todo lo positivo, también en lo aparentemente negativo. Se esforzará en ver a su prójimo como su hermano y le tratará de manera bien intencionada. Reconocerá también en todas las formas de vida, tanto en el animal como en la planta, la vida espiritual que mantiene todo lo que vive.
En consecuencia sus sentidos se dirigirán hacia dentro y la nobleza de su alma empezará a brotar y madurar. Al orientar los pensamientos y sentimientos de manera positiva, el hombre cambiará poco a poco del alimento burdo, como la carne y el pescado, a los alimentos que le ofrece la naturaleza. Este cambio no se realizará de un día para otro, sino paulatinamente.
No es lo importante el cambio externo de la alimentación para volverse o permanecer sano y armonioso, sino que son los pensamientos los que deben ser ennoblecidos y, con ello el hombre, para convertirse en lo que es: un ser espiritual en envoltura terrenal.
Al cambiar los pensamientos mediante el sentir, pensar y hablar desinteresados, el hombre también adquirirá en la mesa una postura erguida y respetuosa ante los alimentos, que Dios, su Señor, le ha regalado para fortalecer su cuerpo y su alma. En la medida en que sus pensamientos se vuelvan ligeros y armoniosos, de forma correspondiente será apoyado por fuerzas armoniosas cósmicas, y así el hombre material, burdo e incontrolado se transformará en una persona con pensamientos armoniosos, cuyo cuerpo será traspasado en la mayor medida por la fuerza del espíritu, adquiriendo ligereza y flexibilidad internas. Como consecuencia de ello, el hombre tomará alimentos más ligeros, suavemente aderezados, evitando cada vez más la sal y las especias fuertes.
Cuanto más duro sea el hombre en su forma de pensar y vivir y trate sin consideración a su prójimo, tanto más fuerte y picante, o sea pesado, será también su alimento
Y cuanto más ligeros sean los pensamientos, y más animado, armonioso y dinámico espiritualmente sea el hombre, tanto más ligera será su alimentación.
El evitará el exceso de sal y las especias fuertes, reducirá cada vez más el consumo de alcohol y nicotina y finalmente tomará sólo un vasito de vino cuando esté reunido con personas sociables y afables. No ansiará el vino o la bebida alcohólica, sino que la tomará sin estar deseoso, de forma correcta según las reglas de la ética y moral espirituales.
Repito: los hombres del espíritu, cuya consciencia descansa en lo divino, son hombres interiorizados.
La medida para la interiorización de un hombre no es el esfuerzo denodado en aparentar ser espiritual, comportándose –con un esfuerzo de concentración y voluntad externas– de una forma que todavía no corresponde a la realidad. Esta máscara de su comportamiento externo no siempre demuestra sus características verdaderas. Se trata casi siempre de algo adquirido con la educación, o sea, una imagen falsa con la que engaña a los demás.
La vida de un hombre puede tener muchas facetas, según cómo él se manifieste en su forma de pensar y hablar; su comportamiento demuestra quién es. El está atado a sus inclinaciones humanas, a su ego personal, hasta que empieza a buscar ideales y valores más elevados.
Con la máscara que se ha colocado el hombre quiere tapar ante los demás sus irregularidades y facetas negativas, o sea, quiere esconder lo que es él en realidad.
El hombre es lo que piensa, no lo que sale de su boca. Los hombres del mundo son como actores en un escenario. A veces el hombre representa muy bien su papel, se identifica tanto con él que finalmente cree que es en realidad lo que representa. Pero en verdad en muchas situaciones oprime sus sentimientos humanos, llegando a ser esclavo y actor de sí mismo.
Mediante el papel que representan los hombres en el escenario del mundo llegan a obtener muchas cosas; cada día hay una nueva representación, pero a pesar del aplauso de sus semejantes, permanecen descontentos y muchas veces infelices.
A cada actor le llega algún día la hora en que sale de su papel y demuestra a sus semejantes que hasta ahora le habían aplaudido quién es de verdad. Los hombres que hablan desde dentro de su máscara, los así llamados actores, los que cubren sus sentimientos y pensamientos, se enmascaran sólo ante sus semejantes. Pero para los que ven realmente, cada hombre es un libro abierto.
El cuerpo de pensamientos, la irradiación del hombre, es aquello que él verdaderamente es. El que ve con el espíritu ha aprendido a captar la estructura de los pensamientos de cada uno y a no fijarse en lo que habla, en lo que pretende demostrar con palabras, gestos y con su comportamiento.
El cuerpo de pensamientos es aquello que el hombre es realmente, no lo que pretende ser. El cuerpo de pensamientos muestra quién es.
Ni la disciplina ni la concentración externa sirven de ayuda; el hombre es un libro abierto para aquel que ve espiritualmente. Nada le es oculto al hombre puro, sin embargo al impuro todo le es oculto, ya que él mira sólo la envoltura y no el núcleo, lo esencial.
Al hombre puro todo le es manifiesto, al impuro todo le es velado.
Lo que el hombre del mundo no puede ver, lo justifica con las palabras: los misterios de Dios son inescrutables.
Pero Dios no tiene misterios para nadie que esté con El. Sin embargo, quien infringe las Leyes divinas pone el velo de la ignorancia sobre la Sabiduría divina y mira las otras máscaras sólo a través de la suya.
Al verdadero iluminado todo le es manifiesto. Quien esté abierto a Dios y a sus Leyes reconocerá la Ley, que le enseñará a su vez lo que es verdadero y lo que es ficción.
El que se forma espiritualmente a través del reconocimiento y la realización, el que se esfuerza verdaderamente en reconocerse a sí mismo, el que aplica la disciplina y la concentración internas y externas, da los primeros pasos en el camino a la espiritualidad.
Sólo la disciplina y la concentración externas no son todavía las señales del verdadero sabio. La postura interna hacia todos los hombres y cosas es la verdadera disciplina interior y la concentración profunda.
El verdadero sabio vive conscientemente.
Su manera de ser es alegre, equilibrada, noble y perfecta. El vive desde dentro, desde su consciencia abierta. La naturalidad de su alma pura, la nobleza y moral superiores, que son las mayores virtudes de la vida, el amor desinteresado, se muestran en todo su comportamiento.
Lo personal del hombre es su egocentrismo, el cuerpo de pensamientos, que determina al hombre. La personalidad quiere representar algo en el mundo.
Estracto de: Lo que piensas y hablas, tu forma de comer y lo que comes, muestra quién eres.
La palabra de Dios para nosotros manifestada por el Querubín de la Sabiduría divina, el hermano Emanuel.
Dada a través de la profetisa del Señor, Gabriele de Würzburg
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